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CUATRO MENTIRAS DE LAS UNIVERSIDADES


El ex ministro de Industria de Venezuela Moises NaĆ­n advierte  sobre el riesgo que supone “diluir el mĆ©rito y despreciar el talento, de paso lanza duros cuestionamientos sobre los dogmas creados en EducaciĆ³n Superior.
Por supuesto que las universidades son fundamentales para un paƭs. Pero al igual que sucede con la panacea universal, de la enseƱanza superior se esperan resultados que no puede dar. Y ademƔs, las conversaciones sobre las universidades suelen incluir afirmaciones presentadas como verdades indiscutibles, pero que o ya no son ciertas o nunca lo han sido. Estas son cuatro de ellas:
• La educaciĆ³n es prioritaria. Es difĆ­cil encontrar un candidato presidencial o un Gobierno en el mundo que no consagre la educaciĆ³n como una de sus prioridades. Pero a menudo la retĆ³rica se diluye a la hora de asignar recursos, dedicar esfuerzos o arriesgar capital polĆ­tico en las universidadades, que chocan con los intereses de quienes se benefician del statu quo. En muchos paĆ­ses, la consideraciĆ³n por las universidades se refleja mĆ”s en los discursos que en las decisiones de quienes pueden hacerlas mejores.

• La educaciĆ³n superior es la ruta hacia mayores ingresos. En muchos paĆ­ses sucede lo contrario. En EE UU o Chile, por ejemplo, los estudiantes y sus familias se endeudan para pagar estudios universitarios que les dan un diploma no muy valorado por el mercado laboral. Fontaneros y electricistas obtienen una tasa de retorno a su inversiĆ³n en educaciĆ³n muy superior a la de sociĆ³logos y psicĆ³logos. El caso de EspaƱa es muy revelador: es uno de los paĆ­ses europeos con mĆ”s poblaciĆ³n universitaria y mĆ”s graduados que el promedio de Europa. Pero el 40% de estos profesionales estĆ”n subempleados. Y el 12% estĆ” sin trabajo (en Europa la media es 5,2%). Esto no quiere decir que un diploma universitario no sea deseable. Lo que quiere decir es que depende del diploma, de la universidad que lo otorga y del paĆ­s. Y que en ciertos casos un diploma no es el camino a la prosperidad, sino una costosa pĆ©rdida de tiempo.
 Las universidades tienen mucho que ofrecerle a la empresa privada. Para que las empresas privadas recurran a las universidades, deben tener incentivos para invertir en investigaciĆ³n y desarrollo. Las empresas no pueden pensar en I+D si estĆ”n contra la pared, luchando por sobrevivir. TambiĆ©n hay problemas del lado de la oferta: no todo profesor universitario hace cosas que interesen a la industria privada o tiene incentivos para hacerlo. Si lo que hace es muy interesante para la empresa, es probable que la empresa lo contrate y lo saque de la universidad. A nivel mundial, los casos en los que hay una provechosa colaboraciĆ³n entre academia y empresa son mĆ”s la excepciĆ³n que la regla.
 Los estudiantes y los profesores universitarios son agentes de cambio social. A veces, sĆ­. Pero lo normal es que sean poderosos obstĆ”culos al cambio. Los acadĆ©micos suelen ser muy revolucionarios con respecto a la sociedad en la que viven y muy conservadores con respecto a la organizaciĆ³n que los emplea. Abogan por el cambio afuera y luchan aguerridamente por impedir que, por ejemplo, haya mĆ”s competencia entre ellos o sus instituciones. En muchos paĆ­ses, los profesores que alcanzan cierto estatus obtienen garantĆ­as laborales que los adormecen —y que no se dejan quitar. Y basta acudir a muchas facultades pĆŗblicas en AmĆ©rica Latina o Europa para descubrir que, salvo excepciones, no son centros donde se premia la excelencia, sino lugares donde los profesores aburren a los estudiantes con el mismo curso a lo largo de los aƱos. O que algunos departamentos son solo nostĆ”lgicos cementerios de ideologĆ­as fracasadas.
Todo esto va a cambiar. En la prĆ³xima dĆ©cada las universidades van a experimentar mĆ”s transformaciones de las que han vivido desde el siglo XI. Internet y otras fuerzas sociales y econĆ³micas se encargarĆ”n de ello.
Tomado del PaĆ­s.

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